…”Te amo tanto que sin ti no soy nada, cuando tú no estás a mi lado
siento que me falta una parte importante de mi… no quiero que nunca te vayas de
mi lado… alimentaremos las palomas en la plaza cuando seamos viejitos los dos?,
tu a mi lado afirmando mi bastón y yo arreglándote la bufanda para que no te
resfríes… prométeme que nunca me abandonarás, eres el hombre de mi vida, te amo
y te voy a amar para toda la vida, hasta que yo me muera”…
Esas fueron las últimas palabras que Rodrigo dijo en vida,
que paradójico ¿no?, nos besamos intensamente y lento con una sonrisa
maliciosa se destapó para salir de la cama con un ademán de pasarela, haciendo
sus cómicas muecas que tanto odiaba y hoy extraño. Caminó lento y pausado
mostrándome sus hiperlaxo cuerpo en dirección al baño, lo último que vi fue su
mano despidiéndose de mi para luego oír la puerta del baño cerrar.
A las siete con cuarenta y cinco de la mañana abrí los
ojos, la luz aún prendida, lo busqué a mi lado y no estaba, fui al baño
corriendo; la luz estaba prendida. Abrí la puerta y ahí estaba tendido en el
suelo. Lo tomé en mis brazos le di golpes en las mejillas sin respuestas. Llamé
a la UCI y me atendió uno de sus colegas médicos. Nadie me entendía, apareció
su madre y gritos salían de ambos pero algo retumbó en mi mente… “Que
le hiciste a mi hijo, que le hiciste a mi hijo por la cresta”, mientras,
me atendió Patricio el teléfono y me dio indicaciones de resucitación, parecía
autómata; su madre igual lo intentó. Continué al teléfono con un enfermero
mientras venía la ambulancia para acudir al llamado de urgencia. A cada masaje cardíaco sentía que lo perdía,
pedía a gritos que despertara, no sabía qué hacer, Rodrigo no se movía no
respiraba. Aún cansado seguía masajeando su pecho y de pronto alguien me sacó
de encima. Paramédicos, 4 médicos y no recuerdo cuantos enfermeros. Montaron una uci de emergencia en mi
habitación, sacaron el cuerpo del baño y lo llevaron al dormitorio, yo solo
veía jeringas, sondas, monitores, suero, alguien sobre él masajeando su pecho y
aún así no despertaba.
Alguien que salvara tantas vidas no podía morir, alguien
que dedicó toda su vida a los pacientes, a los más necesitados no podía irse
así…
…”cuando yo me muera no quiero que me pongan nada de máquinas,
no quiero que me reanimen… me gustaría morir en una muerte inmediata, sería
horrible un accidente, ojalá que durmiendo, así nadie se da cuenta…”
Rodrigo se hubiera enfadado mucho con todo el esfuerzo
que hicieron sus colegas y su gente, nunca conocí un médico más comprometido
con la medicina, un médico que se esforzó porque todos los merecedores de los
conocimientos recibieran ayuda… “…no me gusta la gente ignorante que hace
estupideces”… pregonaba cuando alguien hacía malos procedimientos,
decía no tener paciencia para enseñar, pero muchos deben sus conocimientos a su
especial manera de aprendizaje.
No podía partir así. Estaba sentado en la cama de su
madre llorando y con la mirada perdida, del brazo de Mariela quién me calmaba
diciendo que debía confiar en la gente que lo reanimaba; yo contestaba que era
tarde, que Rodrigo no hubiera querido todo esto. Lloraba ya su perdida y
escuchaba los desesperados susurros de quienes intentaban salvarlo, entraba
mucha gente a mi habitación, algunos corrían buscando medicamentos otros se
daban indicaciones que no entendía todo era extraño y doloroso a la vez. Uno de
sus enfermeros, Leonardo, aparece frente a mi diciendo “…lo siento…” me abraza y
mi desconsuelo saltó a escena.
Recorrí en un segundo trece años de viaje, de
amor y compañía. Fui al dormitorio y ahí estaba tendido en el suelo sin ropa
y una brisa matinal que entraba desde el
ventanal estaba helando su cálida desnudez. “…
déjenme solo por favor, déjenme solo…” pedía casi sin habla. Teresa una de
sus enfermeras, sacó a todo el mundo y se quedó conmigo, tome el cobertor de la
cama y lo arropé, le saqué todo lo que tenía, jeringas, sonda, mariposas,
limpié su rostro y sequé su cuerpo.
Lloré intensamente, grité, susurraba palabras
inentendibles, quería golpearlo para que despertara pero sentí que estaba
perdiendo el control, besé sus labios y estaban helados, seguía secándolo y
repitiendo “…gordo, que hiciste, que pasó, no me dejes solo, seremos viejitos pero
no te vayas por favor, no me dejes…”. Quería quedarme ahí por mucho
tiempo más, pero no pude, estaba su madre y su abuelo con nosotros y debían
despedirse de él pero yo no quería moverme de ahí, no sé cuánto tiempo pasó
pero no quería dejarle solo. Alguien me dijo que había que hacer llamados y
otras cosas más y tomé su mano por última vez y me puse de pie sin objetivo ni
horizonte.
Llantos y gritos abundaban, el personal de la ambulancia
y quienes llegaron a casa todo el mundo estaba igual, no sé qué pasaba en mi
mente, solo caminaba de un lado a otro. La gente me daba la mano me abrazaba y
no entendía nada, solo caminaba y lloraba. Se fue mi “gordo”… como el quería, durmiendo y en paz; maldiciones salían de mis labios, algunas cosas no las recuerdo todo pasó muy
rápido, hice un par de llamados a amigos para que estuvieran conmigo, llegaron
de inmediato Sebastián y Gustavo. José Manuel su mejor amigo viajó de inmediato
desde santiago.
Llegaron los carabineros a realizar el parte policial… “hombre blanco 40 años 1,60 estatura
fallecido por paro cardiorespiratorio en el baño de su casa, lo encontró SU
HERMANO”… no sé porque dije eso, siempre decía eso para que la madre de
Rodrigo no pasara vergüenzas, (en cierta ocasión estando ella presente dije que
éramos hermanos para que ella se quedara tranquila, no sé si eso lo valoró
algún día). Un carabinero se plantó en la puerta de mi dormitorio para que no
pasara nadie, la escena triste donde me quitó minutos importantes para estar a
su lado me angustió mucho.
Luego el servicio médico legal llega con una bandeja de
acero inoxidable y un saco azul de plástico para depositarlo dentro.
No hay nada más indoloro y repudiable que una camioneta reacondicionada pusiera
el cuerpo de Rodrigo en esas bandejas heladas y lo paseara por no sé dónde,
antes de entregar su cuerpo en la morgue donde le harían autopsia, seguí los
pasos de la camioneta hasta la salida y comencé a comprender que no estaba, que
de pronto estoy solo y el gordo no volvería a mi lado.
Te siento, te extraño, te hablo en la oscuridad, escucho
tus canciones, leo tus indicaciones médicas en uno de los tantos apuntes que
pude rescatar, me haces falta y a la vez mucho daño, todo lo que vino después
ha sido un martirio sin tu presencia, no sabes lo que me duele sentir tu
ausencia y seguir caminando. Creerás si te digo que me falta tu sonrisa matinal
y tu reprimenda cuando despierto con sueño?... ay gordo, quién me rascará la
espalda como tu sabías hacerlo, quién me pedirá un café, quién negociará un
cariñito por un tazón de té. Días noches y lágrimas pasan como luciérnagas en
temporada. Dame una tregua para odiarte, para ir a tu lecho y repasar una a una
las cosas que tengo para decirte. Dame un respiro para no llorarte por amor,
deja que me ahogue en mis lágrimas sin que sienta que estas a mi lado. Todo fue
tan rápido y frio, pero ahora comienzo a caminar otra vez y perderte dos veces en mi vida es mas que doloroso.